El Grillo: vidas de humanos, gatos y espíritus


La película “El Grillo” se sumó a las producciones audiovisuales cordobesas estrenadas en 2014, con una historia intimista muy bien contada y sólidas actuaciones. Es el primer ficcional de Matías Herrera Córdoba, quien había dirigido el documental “Criada”.



Hay películas que nos transmiten el clima en que uno imagina que han sido realizadas. Tal vez sea más correcto decir que el carácter de una película reclama un cierto clima de realización, el cual se imprime en su resultado final. Hablamos del tipo de cine independiente de bajos recursos, que es parte de nuestro paisaje local, y que deliberadamente aborda temáticas intimistas, rodables en un ambiente exterior o interior poco poblado, con un pequeño grupo de personajes. A la escala sincera de nuestra realidad, tanto para espectadores como para productores audiovisuales.

No hace falta detenernos sobre cómo, siempre, de las limitaciones deben surgir las obras reales, con dramáticas hechas a escala de las posibilidades concretas. El Grillo, de Matías Herrera Córdoba, se encolumna claramente en este tipo de producción. La historia ocurre en una casa cuyo exterior apenas cuenta. La locación, a su vez, le cede protagonismo a sus habitantes. La dueña de la casa es una arquitecta viuda, Graciela (María Pessacq), cuyo marido ha sido titiritero y actor, a quien hoy extraña, mientras canaliza sus afectos en sus gatos y sostiene encuentros amorosos con el jardinero Gabriel (Martín Rena), que pasa tiempo en la casa. La tercera habitante es Holanda (Galia Kohan), una actriz de teatro que ensaya el parlamento de una obra, un texto de Jacques Prevert que reaparece en el relato.

La convivencia de los tres personajes desarrolla una dramática no más intensa que la de tres personas individuales, cada una con su vida y expectativas personales, que en principio transcurren una cohabitación pasajera. Los lazos entre ellos no los ligan ni por sangre ni por vínculo, aunque entre la arquitecta y el jardinero se explaya más –como es natural- el intercambio de las vivencias personales.

El motivo por el cual los espectadores seguimos la narración tiene que ver más con “comprar” a los personajes y sus textos, que con la acumulación de tensiones. Hay microtensiones, pero no siembran la necesidad de un estallido.

Esto al punto que dicho estallido, cuando ocurre, aunque le dé un clímax al relato, parece un golpe de cine respecto de lo hasta allí construido. Aspecto de la estructura dramática que, sin embargo, en nada empaña el carácter de la película, cuyas premisas fluyen hasta el final.

El Grillo no nos pide adivinar los gestos de los personajes: tiene diálogos. Los textos son los comunicativos cotidianos, o lo que se cuentan íntimamente los personajes; pero hay también parlamentos enunciados con un grado de teatralidad, y otros enmarcados en un monólogo que cada uno de ellos recita por turno, acaso basado en dramaturgias de actor.

Los parlamentos se alternan con un tempo lleno de sonidos de pájaros, detenido en alguno de los personajes ensimismados, que a su vez transcurren su vida unos días de un verano, sin apremios, disfrutando de la estación. La fotografía, al tomarse tiempo para imágenes poéticas sin incidencia narrativa, aporta elementos al clima y al carácter. La cámara captura bien el universo que se propone mostrar, y aprovecha bien la naturalidad de los actores y de las escenas, para su recreación.

Las actuaciones están muy bien. Allí también asoma esa conjunción de clima de rodaje y carácter de la historia. De las actrices y del actor brotan los textos dichos desde una situación reposada, ajena a las estridencias. El personaje de María Pessacq es el que demanda mayor intensidad de tono, que la actriz domina y pone en juego, y del que emana autoridad. El de Galia Kohan le permite a la actriz jugar a sí misma, con citas incluso de su propia carrera actoral, y mostrar con qué solvencia puede sostener la atracción en la pantalla, con pizcas de grotesco. Cuenta además con un bonus track teatral especial en la película. El personaje de Martín Rena muestra una masculinidad mansa, no agresiva, que el actor construye y sostiene correctamente.

La película contiene algunos homenajes entrañables al teatro, particularmente a la figura de Héctor Grillo, cuya fotografía se ve en el mismo cuarto donde la cámara se detiene en los rostros de los muñecos por él modelados para su trabajo como titiritero. Su figura es evocada como la del marido ausente de la dueña de casa. La presencia del insecto grillo, cuyo violín escuchamos al fondo, es un homenaje más impalpable, pero presente, de cuyo ingreso a la casa discuten los personajes femeninos.

El homenaje al teatro está dado también en el personaje que interpreta Galia Kohan y por menciones que hace al Teatro La Cochera, a la obra Choque de Cráneos, así como un breve saludo a Paco Giménez en el texto final. Un buen momento musical de la película rescata un recital en el patio de la casa, dedicado al marido muerto de la arquitecta, y sobre los títulos de cierre escuchamos a Jenny Nager en la canción original para El Grillo.

Por Gabriel Ábalos

EL GRILLO
Argentina, 2013.
Largometraje ficción
Duración: 82 min.
Ficha técnica:
Guión y dirección: Matías Herrera Córdoba
Casa Productora: Cine El Calefón
Elenco: María Pessacq, Galia Kohan, Martín Rena
Productora Ejecutiva: Juan C. Maristany
Producción general: Ana Apontes / Juan C. Maristany
Dirección de fotografía: Ezequiel Salinas
Montaje: Lucía Torres
Dirección de Arte: Julia Pesce
Asistente de dirección: Manlio Zoppi
Asistentes de producción: Vanesa Wilder / Fiorela Campo
Cámara: José María Benassi
Gaffer: Rodrigo Fierro
Asistente de arte: Carolino Bravo
Vestuario: Jimena González Gomesa
Música: Jenny Nager / Ángela Tullida









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