Mientras
él acaricia su bandoneón, entra Brad Pitt a interpelarlo. Linda Hamilton lo
descubre y le hace un gesto a Arnold que, fiel a su personaje, le apunta deseando
estamparle un ¡hasta la vista, baby! Y lo vemos ahí, en el corazón mismo de la
mítica Enterprise, debatiendo decisiones para salvar la galaxia. Y es un cura,
un bandido, un médico, un señor. Se mezcla con los de Brigada A y también con
los de ER Emergencias. Ahí está, jugando roles en un universo anhelado por la
mayoría de los mortales. ¿Quién no sueña vivir en la “cocina” de Hollywood?
Cástulo Guerra ha transitado un largo camino actoral para lograrlo; con una
intensa actividad en cine, televisión, radio, teatro y videojuegos. Nacido en
la Argentina profunda, con raíces en Córdoba, Salta y Tucumán, hace casi 50
años reside en Estados Unidos.
–Empecemos
por su relación con Córdoba
–Nací en la Calle Hualfin un viernes, 24 de agosto de 1945. Mi padre había sido trasladado desde Buenos Aires a la Escuela de Música del Ejército. Eran jóvenes y adoraban a Córdoba. Nací entre estudiantes de medicina que me apodaron “Pericles” y me quedó para siempre. Mi padre jugaba para San Lorenzo de Córdoba y se apareció en la maternidad con todo su equipo luego de jugar un partido. A través de una fértil tradición oral nuestra, Córdoba entró en mi mitología personal. Mi padre era criollo y mi madre era española. En 1929 mis abuelos cruzaron desde Granada a Buenos Aires con dos niñas, “en segunda porque no había tercera” solía decir mi abuela. Y llegaron a Córdoba porque tenían parientes y la promesa de trabajo en “el frigorífico”. Pero el mentado frigorífico le arruinó la salud a mi abuelo de 23 y se tuvieron que ir a Salta. De allí la alegría de mi madre de poder retornar, ya casada, a La Docta de su infancia. Mi padre tenía una familia numerosa en Salta. Su padre era maquinista del Ferrocarril. La noche de la Fiesta del Señor y la Virgen del Milagro mi abuelo paterno perdió sus piernas y la vida bajo su propia máquina. Corría el 1946 y Córdoba se negó una segunda vez. El destino hizo que me hiciera salteño. En Salta mi padre abrazó al justicialismo y años más tarde fue catorce veces a la cárcel por su colaboración con el movimiento de Perón. Yo le llevaba comida y ropa y siendo un chico me dije, “Esto no es para mí.” La fiebre, el fervor partidario, la lucha dejaron cicatrices en toda mi familia. Mi abuelo Andrónico, el ferroviario, había sido un luchador de Yrigoyen. Supongo que rompí esa cadena de lucha política. ¡Y me hice actor!
–Infancia
en Salta y estudios en Tucumán. ¿Cuándo
y por qué decidió que sería
actor?
–Yo era un chico “impresionable” como cualquiera. Por alguna razón había estudiado inglés desde niño y esto me llevó a situaciones fortuitas que moldearon mi camino. En 1961 se filmó Taras Bulba, película de Hollywood, en Salta. Yo era bibliotecario de la Cultural Británica y me habían encargado copias del libreto para hacerlas en un viejo mimeógrafo. Me pasaron “el santo” de cómo ingresar a los campos de filmación sin ser visto. Eran terrenos militares y tras saltar varios potreros, cubierto de ladillas, aparecí justito en una loma detrás de las cámaras y del equipo técnico. Abajo, en un valle, se libraba una batalla entre cosacos y polacos. Muchos eran mis compañeros de cuarto año del Colegio Nacional. Cerca mío estaban Tony Curtis y Yul Brynner. El director gritó “¡Action!” y eso se metió derechito adentro mío. Pero fui a estudiar medicina en Tucumán. Desde niño mi padre me había instigado, “Vas a ser médico como los muchachos de Córdoba”. Eso del cine era una fantasía de adolescente. Y he aquí como la vida parece insistir en moldear ciertos caminos. Rodando por las avenidas de Tucumán en 1963, pasé por el Teatro San Martín que estaba iluminado para una función. Atraído, saqué mi boleto y entré, como Alicia, al mundo de Pirandello. Seis personajes en busca de un autor. Bastó para “impresionarme” y empujarme hacia este extraño camino de ser actor. Dejé medicina, me inscribí en las Humanidades y en la flamante Escuela de Teatro de la universidad. Desde Tucumán participamos en el Festival de Teatro de Córdoba de 1968 y 1969. Tiempos febriles en Córdoba y en Tucumán.
–¿En
qué circunstancias decidió emigrar a
Estados Unidos?
–Una beca Fulbright me trajo a Estados Unidos en 1971. Y lo que debió ser solo un año de estudios dramáticos se hizo el resto de mi vida. Todo impensado. Dirigí una obra en Nueva York en 1972. Luego una beca de la Fundación Ford me dio pie para crear mi propio teatro de laboratorio y mi vida en la Manzana Grande.
–¿Cómo
fueron los primeros tiempos? ¿Fue difícil la
inserción en la industria cinematográfica?
–Siempre
digo, mis doce años en Nueva York me hicieron hombre. Trabajé duro en sus
calles. Hice teatro experimental. Entré al New York Shakespeare Festival de
Central Park. Desde esta ciudad hice temporadas en teatros de Baltimore y
Washington, D.C. Pero nada era suficiente o definitivo para subsistir. Mientras
preparaba un piso de madera en SoHo para hacer mi trabajo unipersonal, Holiday
for a Unicorn, aprendí el delicado oficio del terminado de pisos de madera.
Y luego tomaba trabajos grandes cuando mi tiempo me lo permitía. En medio del
terminado de un loft enorme en Greenwich Village, me salió una audición
para una película. Fui de mala gana porque mi piso pagaba una suma importante,
y porque los clientes me consideraban “el gurú de los pisos”. Entré a mi
audición cubierto de polvo y con traza de pobre tipo. No me importaba. Pero los
del casting se impresionaron y me dieron mi primer papel de cine a rodarse en
Nueva York y en Los Angeles. Era Tal para cual, con John Travolta y
Olivia Newton-John. Corría 1983 e inicié mi carrera haciendo el papel de un
ángel que era basurero en la gran ciudad. El resto es historia.
–Tener un departamento en el East Village de Nueva York era sagrado, y lo mantuvimos tres años más, aunque ya estábamos instalados en Los Angeles. Vino una lista de trabajos en cine, tv y teatro. Stick con Burt Reynolds; Terminator 2, Los sospechosos de siempre, Amistad, La mejicana, El Alamo, Bendíceme Ultima, La purga 2. Memorables y no tan. Falcon Crest, ER, Prison Break, Dallas, Jane the Virgin, Shoot, y una cantidad enorme de grabaciones para radio y tv. Confieso, ser argentino no siempre estuvo a mi favor porque no entra en la genética de Estado Unidos. Un actor supuestamente “hace de todo”, pero hay límites y territorios que están celosamente guardados. Tuve oportunidades, pero también muchos obstáculos. Aun así, trabajé con directores como Steven Spielberg, James Cameron, Martin Ritt, Bryan Singer, Carl Franklin; y actores como Arnold Schwarzenegger, Linda Hamilton, Barbra Streisand, Brad Pitt, Julia Roberts. Mi nombre nunca hizo fácil la cosa por razones obvias. Pero se es lo que se es, ¿no? ¡Y es lo que hay!
–Sabemos
de su interés por el bandoneón
–El terruño no se me fue nunca. Y cuanto más avanzo en años y me adentro a lo que es este país del norte, el terruño crece adentro como un jardín secreto. Y ahí surge el bandoneón. Esa combinación de folklore y tango que va por las venas. La familia de Dino Saluzzi vivía cerca de mi abuela. El Cuchi Leguizamón fue profesor mío de historia en el Nacional. Mi relación con el fuelle es un romance muy tierno. Me lo consiguió mi madre en 1998 y me dijo, “¡Ah, pero tenés que venir a buscarlo che!” Aprendí a tocarlo para ella cuando iba a Salta. Hoy que ya no la tengo, toco para mí. Usé el instrumento brevemente en La mejicana. Y lo usé abundantemente en la obra Destiny of Desire, que se hizo en Washington, en Chicago y en Los Angeles. Se iba a extender esta producción este año, pero todo se truncó con esta plaga extraña en que vivimos.
–¿Viene
a la Argentina con frecuencia? ¿Hay lazos que lo unen todavía
con su país?
–Estuve en Salta a comienzos de 2018 para trabajar en dos proyectos. Un corto de Jose Issa con Roly Serrano, Hay coca, y un largometraje totalmente salteño de Rodrigo Moscoso, Badur Hogar. Hacer ambos trabajos fue como ponerme un par de zapatos viejos y me dio la pauta de la enormidad de trabajo que no pude realizar por estar en Estados Unidos. Un amigo me preguntó, “¿Qué es lo que más te impacta cada vez que volvés al país?” ¡El lenguaje! Y todo lo que ello implica. La cultura. Las raíces. Lo nuestro. Es irremplazable y difícil de describir. Es algo esencial. Un imponderable. Me quedan dos hermanas y algunos viejos amigos en Salta, que son mi cable a tierra. Salta, Tucumán, la Argentina, han construido una catedral en mi corazón.
–¿Cómo
está viviendo esta situación
especial que atraviesa el mundo con la pandemia?
–Bueno, aquí estamos, viviendo todos en esta realidad separada de la pandemia. Que es o un encierro tremendo, o un retiro espiritual según se lo mire. Una puerta cerrada al exterior. Una ocasión de meterse una vez más, como Alicia, en un hueco hacia la creatividad y el conocimiento interior. Plantando, cocinando, leyendo viejos títulos, disfrutando de momentos juntos que se parecen a la eternidad. Haciendo música. Pintando. No todos estamos bien. Y hay dramas insospechados detrás de cada puerta. Un tío aficionado a la pesca solía decir, “¡Aura me queda poco hilo en el carrete!” Y se refería a lo que queda por vivir. Y este privilegio, este tener “poco hilo en el carrete” lo adentra a uno en ese jardín secreto de que hablaba. La prisa se desvaneció y ya el apuro no tiene sentido. Esta peste nos ha dado vuelta la realidad. Ahora sí… “lo de la fama es puro cuento…” Y de la riqueza ni hablemos. Entonces uno se encuentra en una situación única de intentar ver, casi por primera vez. ¡A ver qué encontramos! Siento pasión por estos vaivenes impredecibles de la vida. Por ejemplo, cómo es que una pareja de inmigrantes españoles llega de Granada a Salta. Cómo es el momento en que un joven militar salteño se enamora de una “galleguita” e intenta un recorrido lleno de piedras y sinsabores, aunque con un corazón. Cómo es que Taras Bulba y Seis personajes… Cómo es que me vengo a los Estados Unidos y me uno a una muchacha ruso-polaca descendiente de inmigrantes y no vuelvo más a la tierra de mis amores. Qué hizo que mi hija habla castellano, vive en Iowa y le hace empanadas a sus amistades los domingos. Cómo fue que mi hijo también habla en criollo, le gusta Spinetta, Fito Páez y que acaba de comprarse un vinilo de Goyeneche y de Troilo porque los mencionó Fito como ídolos en un programa. Y ni hablar del fútbol argentino y nuestros cracks queridos. Tévez, Kun, Messi, Ginobili. Es como que ese jardín secreto tiene vida, y corazón. Es el misterio de la huella.
–¿Un
mensaje para jóvenes actores que desean emigrar?
–No tengo
mensaje ni consejos porque me consta que el camino individual se va abriendo
solo con el andar de cada uno. Si uno tiene la fortuna del don de una semilla,
esa lucecita que te flecha la mente… el corazón y el andar se encargan del
resto. Los argentinos somos gente de pasiones profundas y de enorme talento. Y
hay una huella para cada uno. Como están los tiempos, y por ahora, migrar a
otras partes puede ser complicado. A mí suelen preguntarme, “Pero ¿qué pasó que
no te fuiste a Europa? ¿Madrid por lo menos?” No se dio. Tal vez porque estaba
lustrando maderas de pisos en Nueva York; o vendiendo el semanario The
Village Voice a los kioscos de subterráneos; o formando a miembros de mi
teatro de Laboratorio; o haciendo talleres con la gente de Grotowski; o
llevando a mis hijos a jugar al fútbol “nuestro” en una cancha de Pasadena. Tal
vez porque estaba ocupado viviendo la vida que me vino… y nunca llegué a
Madrid. ¿Errores? Los hice a todos. ¿Malas decisiones? A diario. Pero hay que
saber escuchar. Porque siempre anda un duende cerca del oído que, aunque a
veces tramposo, suele dictarte pequeñas guías y secretos cada vez que estás en
una encrucijada. Hay que habitar el lugar donde uno está, esté donde uno esté.
Siempre. A cada instante. El cine y la tv quedan grabados para la posteridad.
Pero actuar en un escenario para algún público -porque no siempre hay un lleno-
es un ejercicio existencial enorme. No solo no queda para la posteridad y acaba
cuando cae el telón. Es una prueba de fuego al borde de dos mundos. Y he allí
el misterio de este arte que ya conocían los griegos, romanos, los de
Shakespare y Lope de Vega. Esa raza de otro mundo. La Argentina hace muy buen
teatro y cine de categoría. Las trampas del comercialismo son idénticas en
todas partes. Pero he ahí que llega un virus inesperado que lo para todo. ¿Qué
saldrá de esta experiencia? Está por descubrirse. Y estamos reinventándonos. La
tábula está rasa.
Por Jackie Bini
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