En busca del zapato perdido

 Nacer en el caribe dominicano, pero volar al mundo con los sueños proyectados en una pantalla. Sangre cinéfila y destino de realizador, José Vásquez Green se acercó y nutrió de uno de los cines más comprometidos - estética e ideológicamente – de la segunda mitad del siglo XX. Y compartió instantáneas con gigantes como Andrei Tarkovski o Serguei Paradjanov, experiencias que dejan una huella indeleble. Nos acercamos a él para conocer y desandar su historia, tratando de entender cómo se piensa el cine en otras geografías tan próximas en el afecto. Indagamos sobre los fuegos iniciales, la etapa de formación europea y la actualidad en su país, con la pandemia sembrando incertidumbres. 

El hombrecito que baila en la retina - Orestes Amador (Trini)

- ¿El acercamiento al cine en tu vida se dio tempranamente?

En el “Rumor de Olas”, uno de los dos cines de Nagua en esos tiempos, había una butaca que nadie ocupaba nunca; la reservaban, por afecto, a mi padre, que por años solía asistir casi todas las noches. Como cada día era de estreno, excepto los lunes, cuando repetían lo presentado el domingo, mi padre veía siempre nuevos filmes.  Prefería películas de acción, sobre todo “vaqueradas”, como llamaban a los westerns, y reía a carcajadas con Cantinflas.

Con frecuencia, y desde tempranísima edad mi padre, que me dio su mismo nombre José Vásquez, que era también el de mi abuelo, me llevaba al cine con él; muchas veces mi madre nos acompañaba también. Creo que sin proponérselo ella incidió mucho en que empezara a ver en el cine como algo más que entretenimiento.  

Una de esas noches, tan remota que creo ya no es más que el recuerdo de un recuerdo, mi madre no se percató de que, dormido en sus brazos de camino a casa, perdí un zapato. Desanduvieron enseguida el trayecto, que no era muy largo, pero no pudieron encontrarlo.

Supongo que yo, sin darme cuenta retomé luego ese andar, esa búsqueda del zapato que de niño perdí en los entornos del cine. No lo he encontrado aún, pero creo que he disfrutado mucho ese andar, que me llevó a estudiar dirección cinematográfica en la ex Unión Soviética, vivir par de años en España, hacer algo de televisión, hacer publicidad, escribir guiones, hacer cortometrajes y arrancar la preproducción de un largometraje que entró en stand by, por la pandemia.

Y la pandemia me ha llevado a otro proyecto que estoy desarrollando: un largometraje documental titulado “Un pasaje a un sueño”, que aborda el surgimiento y evolución del cine dominicano, visto desde la incertidumbre actual de la pandemia.

He sido apasionado del cine desde que tengo uso de razón, ese “andar hacia el cine” vino a tomar rumbo definido hacia la realización, cuando casi concluía estudios de ingeniería. 

Tras mis estudios secundarios en Nagua, el pueblo de la costa norte donde nací y crecí, me fui a Santiago a la Universidad; entonces pensar en hacer cine en República Dominicana era casi como pretender ser astronauta, ni se estudiaba, ni se hacía cine en el país. Como también me gustaban las matemáticas y la tecnología, me matriculé en electromecánica. 

En Santiago de inmediato formé parte de un grupo de cinéfilos con perspectivas poco realistas de hacer cine, pero con un programa sabatino de radio donde al menos podíamos hablar sobre este arte y hacer críticas de películas. Tomábamos cursos de Semiótica cinematográfica, Apreciación del cine, qué sé yo, ese tipo de cosas. Compartíamos un sueño.


- Pero, literalmente, pegaste el “gran salto” viajando a la por entonces URSS

Un día, esperando al profesor de Electrónica, que nos presentaría algún documental científico, me enteré de la posibilidad de solicitar una beca para estudiar cine en la Unión Soviética. Y aunque iba muy bien en la carrera, en ese momento la ingeniería perdió todo mi interés. Conseguí la beca y fui luego admitido en la escuela de cine del Instituto Estatal de Teatro y Cine de Kiev “Karpenko Kari”. 

Tenía 20 años y llevaba yo la cabeza llena de planos inolvidables de “Solaris”, la primera película de Tarkovski que vi en Santo Domingo, sin imaginar que viajaría a Rusia algún día. Su estética me conmocionó, conecté con ella, la intuí paradigmática. Y fue la entrada a un cine que no conocía y que en general no era muy conocido en occidente, ni en la misma Rusia. No me refiero a los clásicos, Einsenstein, Pudovkin, Vertov, sino a grandes realizadores soviéticos, entonces contemporáneos, apartados del discurso oficial, como Serguei Paradjanov, Otar Ioselani, Tenguiz Abuladze, Sokurov y otros, no muchos.  Hablo de principios de los 80, cuando no existía “La Web”. 

En Kiev, poco antes de empezar la escuela de cine, rodé con mis amigos un cortito en Super 8, una historia un tanto onírica, surreal, no argumental, que titulé “El lado oscuro de la luna” y tenía una secuencia con música de ese álbum de Pink Floyd. Fue mi primera experiencia audiovisual. Muy artesanal, sólo un original de montaje, sin copia, le tomé cariño, pero no la tengo, se extravió en algún viaje. 

Rodaje El silencio

- Un capítulo interesante de tu historia es la experiencia con los grandes maestros. 

Viví toda esa transición de Brezhnev hasta Gorbachov, caída del muro de Berlín y Chernóbil de por medio. De hecho, en Kiev estábamos, en línea recta, a menos de 100 km de Chernóbil. Realmente un período de cambios acelerados y profundos, para toda Europa del este. 

A finales de la preparatoria, donde estudiamos ruso, viajé con David Rodríguez, un amigo cineasta venezolano, al Cáucaso, a la ciudad de Tbilisi. Nuestra profesora de fonética rusa, al enterarse de nuestro viaje, nos hizo el contacto para visitar allí a Serguei Paradjanov, quien había sido su esposo. 

Ese evento maravilloso e inesperado nos permitió conocer a ese artista genial, cuya obra estaba entonces prohibida en la URSS. La casualidad fue más benévola aún con nosotros, pues Tarkovski había llegado a visitarle y estaba presente en la cena a la que fuimos invitados. 

En la superficie, sus universos estéticos parecían tan diversos como sus temperamentos. Tarkovski recogido y meditativo, el otro expresivo y desbordante. Pero ahí, a pesar de nuestra aún torpe comprensión del idioma ruso, percibí espíritus en el fondo muy cercanos.

La atención respetuosa, casi religiosa del momento presente, eso que Tarkovski llamaba “escultura del tiempo”, descubría en la imagen cinematográfica una riqueza de sentidos, una belleza profunda que hace volver a ella una y otra vez. 

El silencio - Nikolai Grinkó (Padre Ignatii)

Contar con Nikolai Grinkó, uno de los actores favoritos de Tarkovsky como protagonista de “El silencio”, mi cortometraje de grado, fue una experiencia increíble. Primero, increíble para mí que él aceptara actuar en mi corto estudiantil; e increíble y hermoso el proceso de trabajo con este gran actor, su entrega a su personaje, la afabilidad y sencillez de su trato. 

La película, basada en un cuento de Leonid Andreiev, cuenta la historia de un pope angustiado por los problemas de conciencia que le despierta el silencio pétreo en que queda sumida su mujer, tras el suicidio de la hija de ambos. 

Por mi propia naturaleza quizás me resulte más cercano el universo plástico y filosófico de Tarkovski, pero la maravillosa poética visual de Paradjanov, la riqueza y fuerza expresiva de su particular minimalismo, tan barroco, me parece esencial.

Paradjanov era un artista multidisciplinario cuyo genio creativo “esculpía las formas”, fusionaba teatro, pintura, escultura, música, etc. en una imagen fílmica de una originalidad luminosa y elevado vuelo poético. 

Siento incidencia de ambos maestros en realizadores actuales de narrativas tan diversas como Béla Tarr, Pedro Costa, Albert Serra, Apichatpong Weerasethakul, por decir algunos.

Otra experiencia que agradezco haber vivido en la URSS fue la participación, esta vez con un pequeño papel como “actor”, en la película “Capitán del Pilgrim”, adaptación de la novela de Julio Verne “Un capitán de 15 años”, dirigida por Andrei Prachenko, uno de los maestros de dirección de la escuela. 

Con escenarios tan diversos como el puerto de New Orleans, junglas y desiertos africanos, goletas en alta mar y cañones tan espectaculares como el de Colorado, la película se rodó íntegramente en locaciones de la vasta Unión Soviética, incluso en algunos lugares cerrados a extranjeros o de muy difícil acceso, enriqueciendo mi visión de ese inmenso y complejo país.


- ¿Cómo es la realidad del cine dominicano?

Al margen de par de intentos remotos, valientes y valiosos, la primera película dominicana fue “Un pasaje de ida”, de Agliberto Meléndez, en rodaje a mi llegada al país, a finales de 1986. Siguieron otras pocas experiencias de mayor o menor éxito, pero se puede hablar de “producción cinematográfica dominicana” a partir de la promulgación, en el 2010, de nuestra Ley de Cine. Y los inicios suelen ser difíciles.

En lo personal, pasé por la televisión, he hecho creatividad y producción publicitaria, he impartido cursos de guion y de realización publicitaria. Antes de la Ley de Cine rodé un cortometraje, “Frente al Mar”; luego de la Ley gané el apoyo de FONPROCINE para el corto “El hombrecito que baila en la retina”. Escribí para otro director los guiones de dos largometrajes: un biopic ya rodado, titulado “Freddy”, cuyo estreno estaba previsto para noviembre, y “Días de carnaval”, actualmente en desarrollo.  

José Vásquez Green
                                    José Vasquez Green - Cineasta

- Y en este tiempo de pandemia, ¿qué horizonte visualizas para tu trabajo?

Gané apoyo de FONPROCINE y de IBERMEDIA para un largometraje coproducido con México, con el que sueño por años, ese que quedó en “stand by” de preproducción al estallar la pandemia. Se titula “Vuelo de luciérnagas” y es la historia de una joven periodista empeñada en evitar que quede impune la violación de una adolescente por una patrulla militar. Mi protagonista no es una super heroína; sólo una mujer inteligente y sensible, que intenta enfrentar como puede la violencia y la impunidad que impone el poder en todos los ámbitos. 

Parece entonces que sigo buscando el zapato perdido. Mientras la producción se reactiva, me he lanzado con dos amigos, Miguel Maldonado y Jaime Gómez, uno productor y otro fotógrafo, a realizar el documental “Un pasaje a un sueño”, y que inicia precisamente, con el rodaje de “Un pasaje de ida” y sigue la evolución y perspectivas estéticas y de mercado del cine dominicano.

Es un film realizado en condiciones de confinación y aislamiento, explorando recursos y narrativas audiovisuales que surgen de estas mismas circunstancias; explorando cómo los cineastas de un país pequeño, parte de una isla pequeña, con pequeño mercado y sin grandes recursos, sueñan y trabajan por ocupar su espacio en el universo cinematográfico actual, sembrado de incertidumbres por el coronavirus. Finalmente imagino que la misma gran pregunta ocupa las mentes de todos nosotros, aquí, en Argentina y todo el mundo: ¿Cómo cambiará el aislamiento a este arte, esencialmente colectivo?  


Ficha Técnica

José Vásquez Green 

Cineasta (Instituto Estatal de Teatro y Cine “Karpenko-Kari”, Kiev / Instituto Soviético de Cinematografía VGIK, Moscú). Cortometrajes (Guion y Dirección) El hombrecito que baila en la retina (ficción, Selección Oficial del 20th International Film Festival Cine Las Américas, 2017) / Frente al Mar (ficción, video, 2003) / El Silencio (ficción, 35 mm, Tesis de grado.) / Catalepsia (ficción. 35 mm) / Jimmy (35 mm)

Guiones de largometrajes / FREDDY (En postprod.); Vuelo de Luciérnagas (2017- Largometraje en desarrollo, ganador de apoyo FONPROCINE e IBERMEDIA); Días de Carnaval (Desarrollo); WebCam (2009. Selección Oficial Festival Internacional Nuevo Cine de La Habana)

Actuación: Personaje “Bat”, en largometraje “El capitán del Pilgrim” (Kapitan “Piligrima”), de Andrey Prachenko. 

Premios / Frente al Mar 2do. Lugar concurso de cortometrajes Cine y Letras de Nuestra Tierra (DGCINE, Cinemateca Dominicana, RD, 2014)


Entrevista: Jackie Bini


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